La franquicia de los mutantes ha tenido altos y bajos a lo largo de sus diecinueve años de vida, con películas memorables como las dos primeras o Logan, y tan olvidables como X-Men 3 o los orígenes de Wolverine. Pero independiente de su calidad como obra cinematográfica, al menos se puede decir que, en general, son disfrutables.
El caso con Dark Phoenix, la última entrega con Fox al mando de la franquicia, ni siquiera alcanza para esto. Ni el gran elenco que regresa una vez más con James McAvoy y Michael Fassbender, ni un mayor protagonismo de Sophie Turner en desmedro de Jennifer Lawrence pueden salvar a esta película donde pareciera que absolutamente nada importa.
Y es que es realmente difícil preocuparse de los personajes cuando el guion simplemente los manipula para que hagan cosas convenientes para la trama sin una mayor lógica o componente de carácter detrás de sus acciones. Porque Dark Phoenix es básicamente eso: una serie de sucesos irrelevantes, que llevan a una conclusión irrelevante, donde solo la penúltima secuencia del tercer acto es rescatable.
Resulta difícil encontrar más puntos positivos en un filme donde se nota la falta de corazón, y es que quizá Simon Kinberg (escritor, director y productor) quería simplemente terminar de una vez por todas a esta franquicia que pide a gritos una pausa.
Así Dark Phoenix, dentro de toda su trivialidad, al menos cierra el ciclo de los X-Men que luego de casi dos décadas vuelven a su verdadero hogar, Marvel Studios. Si quieres verla por curiosidad o cualquier otra razón, está bien. Pero si leíste esto, quedas advertido.
Por José A. Pino