Otro año, otra Navidad, somos personas que gustan de las festividades sea por el motivo que sea. Juntarse en familia, acompañar a los más pequeños a buscar al viejito pascuero, gritar que lo vieron en la esquina o en tal parte. Esperar ojalá comer papas duquesas o tomar cola de mono, estando en compañía de los que consideramos familia o nuestros más cercanos.
Es en esta ocasión que yo vi Tokyo Godfathers, me marcó tanto que prometí verla todas las navidades o fines de año. Ahora les contaré de ella y por qué creo que deberían verla, espero persuadirlos de ver esta joya animada del cine japonés.
Dirigida y escrita por Satoshi Kon (Perfect Blue, Paprika), es una película que junta a tres amigos vagabundos: un alcohólico de mediana edad, una chica joven y un travesti. En la víspera de Navidad, escarbando en la basura encuentran a un bebé abandonado. Es ahí donde comenzará no solo una historia sobre devolver al pequeño a sus padres, sino que una serie de coincidencias tan absurdas como humanas.
Es una película encantadora que, pese a que la historia comience con este bebé, podemos presenciar la dura realidad de nuestros protagonistas y de cómo sus vidas cambiarán esa víspera del 25 de diciembre es totalmente entrañable. No es la típica película donde nos presentan personajes perfectos y seguros de sí mismos, son personas que viven en la calle por determinadas razones, marginados y con defectos.
Son estos personajes que, al observarlos redimirse en su intento por devolver a este niño a su familia, se esconde la ilusión de creer que aun las cosas pueden cambiar, algo totalmente conmovedor. Es una oda a la familia, al amor, a dejar ir ese pasado que tanto nos hace peso en nuestros hombros, poder perdonar y ser perdonado.
Sea Navidad en Tokio, con tres vagabundos cuidando a un bebé o nosotros con nuestra familia o amigos, o lo que sea, Tokyo Godfathers es ese tipo de película que al terminar de verla te deja el corazón caliente y con ganas de abrazar a tus seres queridos. Espero que puedan verla, sobre todo en estas fechas.
Por Constanza Lobos