A la película se entra con expectativas muy altas. Como no, si el tráiler promete mucho y no explica nada. Entrar a ver El Sacrificio del Ciervo sagrado es como salir desnudo: con un poquito de vergüenza, pero también expectante a qué van a decir.
Y la verdad es que la película cumple con la sensación de pudor porque a medida que avanza la cinta no tienes ni la más remota idea de qué está pasando. Empiezas a elucubrar mil motivos por los cuales lo que se ve en la pantalla está ahí. A mí se me ocurrieron unos cuantos bien retorcidos. No los compartiré por pudor y diplomacia.
Entonces, la película entra a un clímax agobiante. No, no es una sensación agradable. Pero dentro de la confusión hay una luz y justo cuando crees que entendiste todo, todo se va a las… pailas. Literalmente. A las pailas. Y otra vez no entiendes nada. Cuando menos lo piensas están ahí, así, no sé cómo. De verdad. Así. Locos todos.
¿No estás entendiendo nada de la reseña? ¿Sientes que debería decir de qué se trata? Es que no puedo. Porque la verdad es que ha pasado un tiempo desde que la vi y aún no entiendo qué pasó. Mucho menos por qué. Y si te cuento algo probablemente arruinaré esa profunda sensación de agonía e incertidumbre que debería producirte ver la película. Te daré una pista para que no sientas que esto fue en vano: se trata de acoso. Un acoso agobiante y fatídico. Eso debería bastar para no matar la emoción (y, espero, avivar la llama).
Seguramente estamos presenciando una pieza maestra. Collin Farrel y Nicole Kidman se lucen en la pantalla. Aún mas Barry Keoghan (pista dos: él es el acosador) que se posiciona en un papel muy ambiguo. La música, la fotografía y el guión son la combinación perfecta para el repelús.
No hay mucho más que decir. La película es mucho más forma que fondo. Es una trama que nace de una forma. Es extraña y sensorialmente emocionante. Desespera bastante. Si estás entre ir y no ir, ve. No es una película para ir con el pinche: es para ir a disfrutar de buen cine. Un cine diferente: sin relleno ni plástico. Memorable. Complejo. Para pensar.
Por Adriana Villamizar