El departamento se ha quedado vacío porque los niños ya se fueron y el marido no está. Clara, en la maravillosa actuación de Sonia Braga, está sola entre cortinas blancas, acostada en una hamaca humedecida por el sudor de la tibieza marina. Los demás departamentos están desocupados, pero ahí está Clara.
El edificio Aquarius ha sido vendido casi en su totalidad a una inmobiliaria que quiere destruirlo para crear un gran “Nuevo Aquarius” más moderno. El mismo edificio en que Clara crió sus hijos, bailó con su esposo, lloró, cantó, rió. Los años han pasado, las personas han pasado, ella misma es otra, pero el Aquarius sigue ahí: como una pecera que condensa el tiempo. Un tiempo de colores púrpura, blanco y azul.
Púrpura, blanco y azul son los colores que predominan en la fotografía de esta película, dirigida por Kleber Mendonça Filho y estrenada en septiembre de 2016, presentada en el Festival de Cannes y ahora disponible en Netflix y con algunas funciones en el Cine Arte Alameda. Púrpura como el deseo de las escenas eróticas donde se desenvuelve toda la sensualidad propia y característica de Sonia Braga; blanco como las cortinas que adornan el último piso ocupado del Aquarius y azul como el mar en que Clara se sumerge hasta hundirse.
La obra se divide en tres partes: La primera, el pelo de Clara, donde se contextualiza la historia en los ochentas y en la actualidad, la rutina de una mujer sesentona y solitaria, fuerte de carácter, voluptuosa en todo sentido. La segunda, el amor de Clara, es un retrato de la soledad en la pecera y la necesidad de contacto humano, de la reinvidicación de su estatus de mujer. La tercera, el cáncer de Clara, cierra la historia con un descubrimiento que permite la analogía visual: Clara es Aquarius.
Aquarius es una obra de arte. No es una película para ver a la rápida ni para niños. Como toda pieza artística requiere tiempo para masticarla, para apreciarla y desmembrar todos sus elementos que son en sí pequeñas cápsulas metafóricas acompañado de un compás de bossa nova.
Fue la única película de América latina nominada a la Palma de Oro en Cannes. Ganadora del premios en festivales de Sidney (2016), de Mar de Plata, (2016) en La Habana (2016), Fénix y del Independent Spirit (2017).
¿Por qué verla? Porque es una hermosa reaparición de Sonia Braga desde 2010 y escapa de los estándares del cine gringo al que estamos acostumbrados; un espectáculo de calidez y melancolía púrpura, blanco y azul.
Por Adriana Villamizar Rivera