Martin Scorsese es uno de esos cineastas que siempre da que hablar. Cada vez que se escucha en el mundo del cine algún rumor de que podría estar preparando una nueva película, indudablemente se va a generar una expectativa. Y es que Scorsese es una leyenda viviente del cine. Entonces, ¿cómo no emocionarse al saber que viene material nuevo de su parte? Curiosamente, este no fue tanto el caso de su última obra, Silencio (Silence), pues a pesar de ser un proyecto en el que Martin trabajó por décadas antes de ver la luz, no generó tanto ruido como su trabajo anterior con El Lobo de Wall Street. Silencio es la reseña de hoy, película que llegará a salas nacionales este jueves 16 de marzo y que curiosamente ha generado opiniones extremadamente divididas en la crítica mundial.
Silencio está basada en el libro homónimo del autor japonés Shūsaku Endō, y cuenta la historia de dos padres Jesuitas del siglo XVII, Sebastião Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garupe (Adam Driver), quienes van a Japón en busca de su mentor, el padre Ferreira (Liam Neeson), al escuchar los rumores de que este había apostatado y difamado en público el nombre de Dios, en un período de la historia japonesa donde los cristianos eran perseguidos, torturados y asesinados.
Tal y como les decía un poco más arriba, la crítica ha estado muy dividida respecto a esta película, y se formó una suerte de dicotomía donde sólo están aquellos que odiaron la película, o bien aquellos a quienes les fascinó. Yo me considero dentro de este último grupo, y les voy a contar por qué. Silencio es una película espectacular en todo sentido, visualmente, emocionalmente e incluso, intelectualmente, hasta podría decir que es una de las obras fundamentales de Scorsese (junto con Taxi Driver y Goodfellas) y que por razones que aún no me explico fue casi completamente obviada en la última entrega de los premios de la Academia.
A mi parecer, el gran mérito de Silencio es cómo la historia de la película y el contexto en el que se ubica, logran crear el escenario perfecto para que esta sea una de esas obras que están constantemente provocando un debate en la mente del espectador, y donde aún después de terminada las más de dos horas y media de película, todavía sigues preguntándote qué es lo que harías si estuvieras en la piel de los personajes. Eso para mí es una fortaleza que no se ve regularmente en el cine. Además de todo esto, Silencio es una película crudamente emocional, donde Scorsese no falla en dosificar su propio estilo de violencia y las emociones más fuertes. Todo esto con un gran trabajo de los actores, tanto de Liam Neeson como de Adam Driver y el resto del reparto de actores japoneses que simplemente lo hacen fenomenal. Pero un punto aparte es el increíble trabajo de Andrew Garfield. No me termina de entrar en la cabeza como pudo haber sido nominado al Óscar por su actuación en Hacksaw Ridge y no por Silencio. En esta película vemos al mejor Andrew Garfield que hayamos visto. Simplemente espectacular. En cada escena puedes notar cuanto compromiso puso de su parte para este papel, no sólo por haber bajado considerablemente de peso, sino por lo genuina que es su labor interpretando al padre Rodrigues y cómo logra hacer creíble todo el sufrimiento que comparte con los campesinos japoneses que lo santifican y lo creen su salvador. Otro gran atributo de Silencio, es la belleza de su composición visual. La película fue grabada en Taiwán, pero a pesar de eso, la fotografía está tan cuidadosamente hecha, que no da ninguna razón para pensar que los hermosos paisajes que se ven en esta obra no son del Japón del siglo XVII. Es más, estuvo nominada por la Academia para el premio a mejor fotografía, pero no resultó ganadora.
En definitiva, Silencio es una obra fundamental en la filmografía de Scorsese y una película que firmemente les recomiendo ir a ver, ya que una vez que logran pasar los primeros 30 o 40 minutos donde la película avanza a un ritmo lento, te va a subir y a bajar como una real montaña rusa, y te hará discutir contigo mismo sobre la naturaleza propia del ser humano y sobre los límites a los cuales estamos dispuestos a llegar con tal de sobrevivir o mantenernos firmes a nuestras creencias.
Por José A. Pino