Fueron varios los relatos que llegaron para nuestro primer concurso literario
"Octocéfalo" de
Ediciones SM. La verdad es que fue muy difícil escoger los dos relatos ganadores, ya que sus trabajos de fantasía o ciencia ficción estaban realmente buenos. Pero luego de una detallada revisión por parte del jurado, el ganador de esta primera experiencia fue
Wilbert Gallegos R. con su relato titulado
"Recibiendo la antorcha", el cual se los presentamos a continuación. El segundo lugar fue para
Hebe Lyn con su relato
"Incrédulo" (Este relato lo publicaremos en nuestro
facebook.
¡Muchas felicitaciones a ambos ganadores!.
Recibiendo la antorcha
de Wilbert Gallegos R.
A través de la distancia, dos figuras se desdibujan en un paraje desolado, gris. El cielo matizaba brevemente la rutina que hacía no mucho tiempo ellos habían iniciado en aquel lugar como en tantos otros anteriormente, aunque, esperaban esa inconsistencia en el clima a la cual estaban demasiado acostumbrados.
Avanzando cada vez por las ruinas de lo que alguna vez los suyos llamaron “hogar”, uno de ellos, el más curioso, se detiene al visualizar un objeto que brilla gracias al claro de Sol a un lado del camino trazado y le indica al otro que lo siga. Cuando sin objeción su interlocutor le hace caso, el curioso con prisa ya tiene el misterioso objeto en sus manos y mientras lo observa detenidamente su escafandra le muestra una serie de imágenes de artículos tratando de dar con el que más se parece al objeto en cuestión. Tras segundos que parecieran eternos un sonido desde su traje irrumpe la soledad de aquel lugar:
-¡Madre Gaia! Esto es lo que me suponía, ¡Es un automóvil!
- Pero, un automóvil no tenía esas dimensiones- acotó su interlocutor, a la vez que examinaba también la pieza diminuta.
- Según recuerdo no sólo se fabricaban para trasladarse, también tenían un fin lúdico, seguramente, para colección o como un juguete que usaban los niños de aquel tiempo- Reflexionó el más curioso.
Y con aquellas palabras devino nuevamente el silencio, con los dos cuerpos a contraluz como si fueran dos estatuas, porque para ambos, era inevitable dejarse llevar por su imaginación para completar el bosquejo de la cadena de acontecimientos que permitió su encuentro con aquel objeto. Pensaron en que quizás un niño, iba jugando con el juguete, muy alegre porque su madre quizás se lo había comprado en este lugar –un lugar, que a duras penas ellos, cómo buenos observadores ya se habían dado cuenta que era un otrora centro comercial- lleno de multitudes, en medio de las cuáles quizás ella se lo regaló para su cumpleaños o a manera de calmar la súplica ante la insistente petición del niño. E imaginaban la sonrisa de ellos, mientras solemnemente trataban de divisar sus fantasmas moviéndose en ese escenario vacío. Los dibujaban con alegría, mucha alegría para contrapesar lo que vendría después de aquella sonrisa; una súbita luz filtrándose en las ventanas y después la nada… sólo sombras esculpidas en las paredes y todo lo no orgánico tan impasible como si no hubiera sucedido una sola cosa. Lo mismo que aún pervivía a duras penas alrededor de ellos, a pesar de tanto tiempo transcurrido desde aquel trágico momento.
-¿Crees que ellos alcanzaron a abrazarse antes del fatídico microsegundo?- preguntó el más curioso.
-Espera- dice su compañero mientras repentinamente pulsa un botón a un lado de su escafandra.
-Me comunican que la tormenta de arena también llegará a ésta región en minutos. Aunque me confirman que ésta zona ya está libre de contaminación- agrega mientras le muestra con un gesto al otro que pueden sacarse parte de los trajes para escapar.
En ese momento y lamentando la pérdida, ambos se consuelan por rescatar al menos una parte del pasado. El juguete, como con otros objetos en otras tantas oportunidades, es almacenado en un lugar seguro por el más precavido de los dos, mientras se permite él mismo unas últimas palabras en éste lugar:
-Me preguntaste si se abrazaron y yo te digo ¿Por qué no?, ellos eran especiales y definían sus emociones de una forma que nosotros no lo haremos nunca. Démosles ese honor, en recuerdo de su paso hacia la eternidad.
-Tienes razón- Comentó lo más cálidamente que pudo el curioso.
Y con la llegada paulatina de la arena, ambos extienden sus alas y con grandes chasquidos producidos por su movimiento contra el viento se alejan, para tener un nuevo día en su afán arqueológico. Si los humanos preservaron a los dinosaurios, ellos debían asegurarse que entre los suyos, el legado de los homínidos también perduraría por siempre.
Mientras a kilómetros de distancia la colmena, su hogar, los espera.
FIN