Viendo los estrenos del cine de terror hollywoodense que llegan cada vez en mayor cantidad a nuestras salas, hay veces que nos encontramos con gratas sorpresas, como El Conjuro o La Cumbre Escarlata, que agregan elementos más maduros y con mayor contenido a los sustos recurrentes de este tipo de cine. Sin embargo, también llegan filmes que parecen tener un propósito más del tipo “veamos si funciona o no” que otra cosa. Nunca Digas su Nombre, penosamente es una de ellas.
Tomando elementos de mejores películas de terror, pero mezclándolos con una trama repleta hasta más no poder de los clásicos clichés de terror, se queda corta en su originalidad y en contarnos una historia que logre ser suficientemente coherente, y lo que es peor, carece de reales escenas de terror.
¿Qué nos queda entonces, cuando una película de terror fracasa incluso en el terror? Bueno, al menos nos queda Carrie-Anne Moss que a pesar de todo siempre es bueno verla en la pantalla grande, y también al gran Doug Jones como el malo de esta película, que además me obliga a hacerme la pregunta de cómo llegó hasta ahí el hombre que interpretó a las bestias más recordadas de la filmografía de Guillermo del Toro. Curiosamente, Nunca Digas su Nombre me hizo cuestionarme más aquel tipo de cosas, más que prestar atención a lo que estaba pasando frente a mí en la pantalla grande.
¿Qué nos queda entonces, cuando una película de terror fracasa incluso en el terror? Bueno, al menos nos queda Carrie-Anne Moss que a pesar de todo siempre es bueno verla en la pantalla grande, y también al gran Doug Jones como el malo de esta película, que además me obliga a hacerme la pregunta de cómo llegó hasta ahí el hombre que interpretó a las bestias más recordadas de la filmografía de Guillermo del Toro. Curiosamente, Nunca Digas su Nombre me hizo cuestionarme más aquel tipo de cosas, más que prestar atención a lo que estaba pasando frente a mí en la pantalla grande.
Por José A. Pino