“Tantos los animales salvajes como la Mujer Salvaje son especies el peligro de extinción”. Las mujeres tenemos una naturaleza mística que trasciende los estereotipos de género para definir la femineidad, un concepto reformulado y revalorado en la sociedad una y otra vez. La femineidad, independiente de cómo se viva, es un concepto que reúne una historia común, una cultura implícita trascendente, un saber ancestral que determina un entendernos. Una nación de lo que entendamos por mujer.
Mujeres que corren con lobos es esa historia. El relato de la formulación del concepto de mujer a lo largo del tiempo y su relación con la naturaleza y -como lo dice su título- en particular con los lobos. Esa figura extraña, mezcla entre fiereza y domesticación. El límite entre lo humano y lo animal.
Clarissa Pinkola Estés es una doctora psicoanalista junguiana de nacionalidad estadounidense. Es conocida por sus relatos sobre el alma humana: El jardinero fiel (2003) y Mujeres que corren con lobos (1993) son sus dos obras más famosas. La primera por el rescate de la tradición; la segunda por la revolución en términos de género.
Esta edición de Ediciones B es especialmente linda: la tapa dura de color rojo (como la sangre: un elemento particularmente femenino) tiene un lobo en la portada. Sobre ella, el típico papel para que no se dañe el empaste, pero donde debería estar el lobo, o la loba, están dos mujeres bailando. Un bonito juego.
Siempre da un poco de miedo abrir un libro grande. Setecientas páginas dura el viaje de la mano de Clarissa. El olor a página gruesa y nueva es bastante alentador para la lectura. Pinkola es una buena narradora: un tema que podría llegar a ser extenso y trillado en el tiempo en que el género es un tópico recurrente en casi cualquier conversación, Mujeres que corren con lobos logra dar una perspectiva distinta. Su pretensión no es encasillar, sino ilustrar. No socavar lo femenino, sino enardecerlo.
¿Por qué leerlo? Porque es lectura obligatoria para hablar de feminismo. Un feminismo de verdad, que pretenda reivindicar a las mujeres sabiendo qué es una mujer y de dónde viene. Porque formas de ser mujer hay tantas como formas de vivir la femineidad, pero preservar estas formas se centra sobre una sola idea: no hay que matar a la Mujer Salvaje que yace dormida esperando aullar.
Por Adriana Villamizar