La llamada revolución de los pingüinos fue el movimiento estudiantil que sacudió las cosas en Chile ahí por el 2006, y pese a que no me considero un nostálgico por haber estado alejado de ese proceso, La Isla de los Pingüinos consigue hablarme a mí y a muchos más gracias a lo transgeneracional de las temáticas que trata. Podría haber sido un pseudo documental correcto, o una historia con una pretensión más política que de personajes. Pero lo que deja es bastante más ameno al espectador común, definiéndose como una película de tinte adolescente que equilibra de buena manera su ritmo joven con valores que invitan a la reflexión.
Martín Riquelme refleja al típico estudiante ajeno al participar, y se convierte inmediatamente en el protagonista cuando su colegio se va a toma, tratándose además del primer establecimiento particular-subvencionado en adoptar esta medida. Junto a él encontramos a Laura, la presidenta del centro de alumnos y una antigua amiga de Martín. Está Paredes, el vicepresidente que tiene pinta de antagonista, y otro puñado de estudiantes aportan distintos matices a la trama. El nivel dramático se da más por las rencillas propias de un adolescente que de un factor externo. Aunque se nos advierte de un peligro allí afuera que amenaza no sólo la adopción de sus propuestas, sino que su misma integridad física, lo que termina siendo relevante es el grupo de jóvenes inexpertos, soñadores y con una identidad en progreso que se unen por un fin mayor.
Por más que ciertos personajes, tales como Paredes se sientan muy caricaturizados, se cumple el objetivo de que el contraste ayude a elevarte a los demás. Y la cinta consigue buenos pasajes, especialmente cuando entra a escarbar en la amistad como un pilar fundamental en la unión de un grupo. Todas las actuaciones principales mantienen el nivel que necesita la historia, Lucas Espinoza y Rallen Montenegro como Martín y Laura, respectivamente, Juan Cano como Paredes, o Germán Díaz como “J”, el mejor amigo de Martín y también el mejor personaje de la película. Junto a los demás y sumado al entusiasmo que le pone Guille Söhrens desde la dirección hace que La Isla de los Pingüinos motive desde más de un lugar.
Un movimiento social de esta envergadura que critica a los principales poderes del país también puede hacer algo más mediante la ficción, e independiente de qué tan cercana esté de lo que verdaderamente ocurrió en ese establecimiento, funciona como un mensaje para el público joven que llega en un buen momento, y que posiblemente podrá seguir llegando en los años venideros. Vean La Isla de los Pinguinos desde hoy mismo en las carteleras nacionales.
Por Andrés Leiva