Una de las grandes ventajas de nuestra incipiente —y en vías de desarrollo como diría un político— industria cinematográfica, es que cuando tienes una película y/o un personaje que resalten de alguna forma, muy probablemente quedarán en el inconsciente colectivo de las personas. Ejemplos de esto son películas como: Taxi para Tres, Sexo con Amor, Machuca, entre otras. Pero esta semana, vuelve a nuestras salas otro gran recordado personaje del cine chileno que hizo de las suyas a principios de los 90; por supuesto hablamos de Juan García García, alias Johnny 100 Pesos.
Este segundo capítulo nos presenta a un Johnny (Armando Araiza) recién salido de prisión luego de 20 años y un día. Un hombre que no solo cultivó su cuerpo, sino su mente durante las dos décadas en encierro y que al salir se entera que tiene un hijo (Lucas Bolvarán). Pero los juegos del destino lo obligan a volver al crimen cuando conoce a Bárbara (Luciana Echeverría), quien tiene una deuda con un peligroso traficante.
Siempre se habla de cómo las secuelas arruinan franquicias, que las segundas partes (casi) siempre son malas salvo pocas excepciones, etc, etc. Sin embargo, me atrevo a decir que en el caso de Johnny 100 Pesos, una secuela es algo completamente natural. Tenemos a nuestro protagonista en la cárcel, y 20 años después sale libre. Las posibilidades narrativas son prácticamente infinitas, y eso es algo que su creador y director de ambos filmes, Gustavo Graef Marino, supo aprovechar muy bien. La historia sigue una trama bien hilada, coherente e interesante, valiéndose principalmente de la curiosidad que tiene el espectador de saber que ha pasado con Johnny todo este tiempo, y qué tipo de persona es ahora, para luego pasar a la parte más densa e intrincada, con esta historia de tipo novela policial.
Dice el dicho que el diablo está en los detalles. La historia en aspectos generales nos da poco más de 100 minutos de una historia muy entretenida, una construcción de personajes donde debo hacer una mención honrosa a la tridimensionalidad que aportan el personaje de Johnny y su hijo Juan, con actuaciones dignas de sacar aplausos —más aun considerando que Armando Araiza es mexicano—. Aun así, el filme afloja en su mayoría respecto a los detalles, pequeñas piezas que no logran encajar del todo bien, principalmente en la interpretación de los personajes de menor relevancia y ciertos elementos del guion. Nada que nos prive de disfrutar de esta secuela de uno de los clásicos del cine chileno moderno.
Johnny 100 Pesos: Capítulo dos es de esas secuelas que hacen justicia a la reputación de su protagonista. Fiel a su estilo, nos da la dosis justa de acción, suspenso y emoción.
Por José A. Pino