El Shyamalan de “El Sexto Sentido”, “Señales” y especialmente “El Protegido” pertenece a una época que se siente más lejana de lo que uno querría. Estos 19 años de diferencia entre el que sería el origen de una inesperada trilogía de películas, con este cierre definitivo llamado Glass da para una buena conversa, ya que no se trata solamente de un Shyamalan que no es el mismo que brilló en lo más alto de Hollywood, el mundo también cambió. Ya vimos pinceladas de eso en “Fragmentado”, ese entretenido thriller protagonizado por James McAvoy que no convenció a todos los seguidores del director, pero aún faltaba algo. La última pieza del plan maestro de Shyamalan sería enfrentar a sus tres superhumanos en una misma película, y esa es Glass.
Aunque muchos se hayan olvidado de “El Protegido” al elaborar los rankings con las mejores películas de superhéroes, este género siempre ha dado mucho más de lo que ha dispuesto la industria moderna. Y no solamente por las ganas de hacer películas por sobre productos de entretenimiento, sino que acercando el mundo del cómic a un entorno realista. Aquí es donde Shyamalan supo sacar lo máximo de su talento y mandarse semejante obra maestra protagonizada por Bruce Willis. Pero los años pasan la cuenta, lo que trae consecuencias inmediatas a nuestra forma de consumir la información, quizás la principal base con que Glass construye todas sus ideas. Si los crossover están de moda, uno de esta envergadura entusiasma a cualquiera. Total, ver a Bruce Willis con su mítico poncho midiendo fuerzas con “La Bestia” es algo que nadie se debería querer perder. Pero lo cierto es que Glass comete tantos aciertos como pecados a la hora de alejarse de lo esperable de una película de superhéroes, y eso le juega en contra a la hora de satisfacer las altas expectativas que se tenían de ella.
Esta secuela podría haberse apropiado de su género hasta el punto de ser una digna y predecible continuación de “El Protegido”, pero nos encontramos con todo lo contrario. Shyamalan decide cuestionar esa condición de los personajes al encerrarlos en una misma clínica psiquiátrica e intentar que ellos mismos se hagan conscientes de que los súper poderes no son más que delirios de sus problemas mentales. Así, la problemática de lo que significa ser un superhéroe en un mundo tan cercano al nuestro, escéptico pero también masivo gracias a los medios de comunicación es lo que la película busca profundizar durante gran parte de su desarrollo. No se puede negar que estos personajes son excepcionales en todo sentido, ya sea desde su construcción como a nivel interpretativo, y el papel que juega la Dra. Ellie como la psiquiatra a cargo de ellos es capaz de aumentarle los matices a estos héroes y villanos que han vivido durante casi veinte años asumiendo un rol engrandecido en la sociedad, pero quienes aún tienen miedos y secretos vinculados al pasado que no conocemos. Hasta ahí todo bien, los problemas comienzan cuando te das cuenta de que la historia se estanca bastante luego del primer tercio de película, con cosas innecesarias y a veces algo confusas para una trama que tenía demasiado potencial.
Hay algunos excesos, tal como el alto protagonismo de exponer las múltiples y nuevas personalidades de Kevin, escenas que se sienten menos justificadas en comparación a lo bien que funcionaba en la película anterior. También hay personajes secundarios que están para cumplir una función pre-establecida en la trama sin aportar en el nivel que esperaba, y eso lamentablemente incluye el regreso de Anya-Taylor Joy como Casey y de Spencer Treat Clark como el hijo crecido de David (igual es una maravilla poder ver al mismo actor repitiendo el papel) Pero dentro de todo, Shyamalan es consciente de que esta película busca funcionar más como un cierre potente del mensaje que ha querido dar desde un comienzo, no ser una secuela orgánica de las películas anteriores (aunque por momentos lo intente). Ese mensaje va intrínsecamente vinculado al rol que cumplimos como sociedad frente a los marginados, y donde el abuso de poder de ambas partes es lo que termina por llevarnos a perder, independiente de los actos de heroísmo o de tiranía.
Y es aquí donde el nombre Glass puesto en el título toma toda la relevancia. El villano muy bien interpretado por Samuel L. Jackson se toma su tiempo para aparecer, pero cuando lo hace los vidrios vuelven a calzar. Él es la pieza que permite que esta historia pueda sostenerse con coherencia, incluso en los momentos en que sientes que se está perdiendo el norte. Sus problemas narrativos o de expectativas que no están a la altura existen, y es una carga que le puede hacer mucho daño a un director que nunca ha bajado de lo sobresaliente, pero esto no evita que Glass cumpla su propósito. Esta película se aprovecha de este mundo infectado de superhéroes para dar algo distinto, haciéndote parte de una historia aterrizada a nuestros tiempos y sabiendo sorprenderte en los momentos justos, tal como esperarías del cine de Shyamalan. Quizás falle en la forma, porque esa frescura y solidez de las películas anteriores se ve permeada por los típicos males de las secuelas, donde además se fuerzan algunas cosas más de la cuenta. Pero la relevancia de ver a estos personajes unidos, sumado a lo que significa un cierre poderoso y definitivo a sus historias le permite a Glass mantenerse en un buen pie. ¿Es eso suficiente? Dependerá de las expectativas de cada uno, pero si hay algo claro es que hay demasiado en juego como para que valga la pena ir a verla y hacerse su propia opinión. Glass ya está disponible en los principales cines del país, no se la pierdan.
Por Andrés Leiva