Aunque creemos conocer los códigos de una película de animación, a veces la belleza acapara mucho más. Contar historias con corazón y tan adultas como infantiles ha definido al estudio Ghibli por muchísimos años, y ya sea con filmes sobresalientes hasta obras maestras, nunca han perdido el sello que los caracteriza. Pero el tiempo obtiene sus consecuencias, para bien o para mal. Empezar por lo malo es lo más triste, porque nos obliga a intentar asumir que Isao Takahata ya no está con nosotros. Por la otra vereda, el director de cintas tan fundamentales como La tumba de las luciérnagas se despidió del mundo con otro cuento hermoso, y tal vez uno de los más llamativos por lo que propone estéticamente. El cuento de la princesa Kaguya es esa película que nadie debería perderse, porque la cantidad de cosas que te deja no son solamente atingentes a importantes discusiones presentes en la sociedad actual, si no que se muestran con una delicadeza artística que sobrecoge hasta el fondo.
Isao Takahata se basó en un popular cuento japonés llamado El cuento del cortador de bambú para escribir y dirigir esta película dentro del estudio Ghibli, tratándose de la octava en su filmografía. La historia trata de una pareja de ancianos campesinos que encuentra una niña diminuta dentro de una planta de bambú, y la adoptan como hija. Ella crece peculiarmente rápido, y su hermosura sumado a que las plantas de bambú también los abasteció de dinero motiva al padre a convertirla en una verdadera princesa. De aquí en adelante, el amor, los pretendientes y la tristeza se vuelven cada vez más fuertes. Es un choque constante, porque la realeza está lejos de ser un cuento de hadas, en especial si nuestra protagonista vive en otro mundo, un mejor mundo.
Lo que significa la imposición de ser feliz en base a una regla establecida es destruida en pedazos cuando hay vida bajo los árboles. Nuestra joven princesa refleja los peligros de perder los verdaderos tesoros de la humanidad, muy alejados de los palacios. Aquellos cantos alegres, o las finas hojas que cambian de color al ritmo de una emoción, nada es casualidad en esta lluvia de líneas perfectamente dibujadas. Porque si hay algo que destaca a la vista es lo increíble que se acoplan las locaciones, con los sentimientos de la niña y el tipo de dibujo. Es una triangulación que te lleva hasta el amor verdadero por lo que estás viendo, no puedes dejar de disfrutar cada segundo. Desde la espesa riqueza de un bosque libre, hasta la prisión bajo pilares lujosos y llenos de detalles. Cada transición de una realidad a otra es tan suave como el trabajo en su animación 2D, es un placer eterno y bastante distinto a cualquier cosa que haya visto antes.
Ghibli y su tratamiento a los personajes vuelven a demostrar fuerza, pero también fragilidad. Se trata de ir a lo real, a entender como funcionan nuestras relaciones y el costo de nuestros errores al pasar a llevar la integridad del otro. En tiempos donde el abuso de poder, o el acoso son grandes temas, es sumamente gratificante que se les de un buen tratamiento en la película. Por más que sea un cuento infantil, el subtexto es universal y válido para cualquier época y lugar. El rollo de un personaje femenino tan bello desde la apariencia, pero también desde el interior es justamente lo que le da algo de crudeza a esta historia de amor en su sentido más amplio. Tanto por el rol de tus padres en la búsqueda de la felicidad de sus hijos y de ellos mismos, hasta lo que significa conectar honestamente con alguien. Cuando quitas el capricho de la ecuación y decides ir por lo que el otro realmente necesita es donde la magia aparece, y no hay nada más mágico que ver eso retratado en una preciosa película de Isao Takahata.
Aunque sea del 2013, El cuento de la princesa Kaguya es una experiencia única que merece ser vista en una gran pantalla, y los invitamos a aprovechar la oportunidad de verla en cines chilenos este 6 y 7 de agosto.
Por Andrés Leiva