Inspirada en los polémicos hechos ocurridos de 1994, entre Tonya Harding y Nancy Kerrigan, la película busca explorar más allá de los tabloides y rumores que se conocieron por esos tiempos. No con un fin de justificar lo que sufrió Kerrigan, si no por mostrar las aristas de la vida de Tonya y cómo fue su auge y posterior caída.
Al ser un largometraje biográfico todo el peso recae sobre Margot Robbie, quien interpreta a Tonya, tanto desde sus comienzos en el patinaje de hielo siendo una pequeña niña de casi 4 años como cuando fue adolescente y se enamoró de su futuro esposo. Quien acompaña, entrena y golpea a Tonya desde un principio es su madre Lavona Golden, personificada por una descomunal Allison Janney.
Son las actuaciones de Robbie junto a Janney los puntos fuertes de Yo, Tonya. Son ellas las que mueven la historia y dejan una impresión permanente. En el caso de Tonya, es dentro de esta comedia oscura, donde durante la película le habla al público, entregando frases y reflexiones como el por qué de lo mediático de Kerrigan, si a ella toda su vida la habían maltratado.
Otro de los grandes puntos a favor, es cómo lograron filmar con Margot Robbie las acrobacias difíciles e imposibles, que logró la verdadera Tonya en su tiempo. Su director, el australiano Craig Gillespie, conocido por dirigir Lars and the Real Girl, debió trabajar meticulosamente con efectos visuales para lograr mayor realismo al momento de grabar las escenas de patinaje.
Yo, Tonya permite como observadores, dar una introspección más profunda de cómo todo estaba hecho para que terminara así. No fue simplemente que un matón desconocido golpeó la rodilla de Kerrigan, si no que va más allá, haciendo una especie de crónica de la caída de quien pudo haber sido una gran deportista.
Es una película dramática con varias dosis de humor negro, con un buen ritmo que mantiene al espectador atento a cualquier cosa. Es gracias a esto, que la historia cautiva y evita que sea una historia desgarradora. Porque vaya que Robbie, como Tonya, nos entrega momentos realmente desgarradores.
Por José A. Pino