Ser un Power Ranger fue la ilusión de muchos en una época inolvidable. La primera serie estrenada el año 1993 se mantuvo por bastante tiempo entre lo más visto por los pequeños, y haber ganado un renombre así de fuerte no es menor. Pero algo faltaba, una adaptación hollywoodense que aprovechara un concepto olvidado por las nuevas generaciones híper estimuladas desde lo nostálgico, y que Transformers esté generando tantos ingresos es un buen expediente. Pero hay una gran diferencia entre ellas; la escala de Michael Bay es muchísimo mayor, y siendo ambos productos meramente de entretenimiento, llegan a lugares diametralmente distintos. No es sorpresa que Power Rangers tenga poco para aportar en ese sentido, pero aterrizar a estos súper héroes sin arruinar la experiencia de los fans permitía pocas cosas, y el camino fácil da los resultados esperados.
Dean Israelite dirige una película que cumple las “reglas Ranger”, pero con un aire nuevo. Que hayan caras desconocidas se hace consecuente a la idea de presentar este equipo a las nuevas generaciones, pero debemos saber que una gran parte del espectador promedio se afilia a un amor del pasado. Esa búsqueda de equilibrar ambos mundos induce a la película a deambular como un ligero drama adolescente, pero sin llegar a serlo a cabalidad. Cada temática que plantea un conflicto íntimo de nuestros protagonistas, tal como la homosexualidad, va más en la función de generar empatía que de otra cosa. Y llama la atención, ya que la idea de desarrollar al equipo antes que toda la parafernalia pirotécnica permitía un aprovechamiento mayor, porque todo el arsenal se guarda para el tercer acto y había tiempo para hacer algo realmente entretenido. El problema es que los personajes no terminan de conectarse entre ellos con credibilidad, algo que se nota desde su primera reunión en pantalla, y curiosamente son las mismas dificultades que moviliza la trama.
El eterno ranger rojo (Dacre Montgomery) es un protagonista que da con el perfil clásico, pero no le alcanza para más. Sus compañeros corren una suerte similar, ya que pese a abarcar sus roles de manera correcta, no es suficiente para hacernos olvidar a una villana tan infantil que llega a incomodar. Incluso el carismático ranger azul (RJ Cyler) deja de ser chistoso en el momento en que notas lo poco natural que surgen los diálogos. Son trabas del guion que no permite que los personajes salgan de lo predecible, pero al final de cuentas son evidentes concesiones. La película es capaz de mantener un ritmo aceptable y replicando fielmente ciertos aspectos de la serie original, incluyendo lo inverosímil de ciertas situaciones. Lo que más se ansía es ver al equipo en acción, y sin llegar a lo épico, es bello poder rememorar nuestra infancia tan solo con dinosaurios de metal. Es una cultura popular que genera sentimientos muy particulares, y sí, que haya un momento GO GO con la música clásica es inevitablemente placentero. Si eso es suficiente o no, dependerá de cada uno, pero en lo personal anhelaría más una condenada secuela de Las Cazafantasmas antes que la probable continuación de Power Rangers. ¿Porqué lo menciono? porque ambas comparten una escena post créditos; fan-service nuevamente a nuestro servicio.
Por Andrés Leiva