Escuchar el nombre Mary Poppins trae a la memoria a Julie Andrews, cantando y bailando con su radiante sonrisa. Basado en la obra P. L. Travers, la película de Robert Stevenson tuvo a Andrews en su rol protagónico con una caracterización un poco alejada de los libros debido al toque de Walt Disney. Andrews mantendría su condición de ícono y este papel le daría aires feministas, en una época donde Estados Unidos viviría la segunda ola del movimiento.
En 1964 se estrenó lo que se transformaría en un clásico. Desde entonces han pasado 55 años hasta que alguien se atrevió a readaptar los libros del querido musical. Esta vez, la dirección se encuentra a cargo de Rob Marshall (Chicago) con Emily Blunt (A quiet place) como protagonista. Corren los años 30, en un Londres post-depresión, Michael y Jane Banks ya no son los niños que conocieron a Mary Poppins; ahora son adultos luchando por vivir. El primero tiene tres hijos y perdió a su esposa hace poco, sumado a la difícil economía y al precario trabajo que tiene, todo se convierte en un caos. Las condiciones ideales para que la niñera vuelva.
Las dos diferencias fundamentales de El regreso de Mary Poppins, son el retrato de la nanny y la música. En el primer caso, la representación se aferra más a la saga de libros que a la Mary Poppins de Julie Andrews. Lo cual le otorga un rasgo más disciplinario que acata lo que dicen otros adultos. A su vez pierde su rasgo más contestatario y un poco la magia infantil que es parte de su esencia. En términos de la banda sonora original no hay melodías memorables. Por más que se intente lograr con Trip a Little Light Fantastic, no se consigue provocar ese sentimiento de nostalgia y alegría.
Blunt como Mary Poppins realiza un gran trabajo. Su cuidado por el detalle es visible a través de la película. Ella junto a los niños vuelven a recrear las aventuras y la diversión mágica que distingue a la niñera. Se mantiene la quimera de sueños y risas que conforman a la infancia. El regreso de Mary Poppins permite volver a los recuerdos de antaño, donde lo imposible es absurdo.
El montaje detrás de las escenas animadas en conjunto con las tomas de los personajes reales, consigue generar el cuento de hadas hecho realidad. El guion tiene cohesión y la dirección de Marshall no falla en coordinar los diferentes números musicales, con la debida atención a los momentos de mayor drama y quietud.
Pese a que no provoque la misma emoción y legado que su predecesora, continúa siendo un largometraje que traerá sonrisas a la familia, tanto a los padres como a sus hijos. Porque al final la familia es la familia y nunca te abandona.
Por Constanza Lobos