Un padre que gana la custodia compartida de su hijo menor pese a supuestos episodios de violencia intrafamiliar da el punta pie inicial a una historia que no se va con rodeos cuando se trata de mostrar las desgarradoras consecuencias de este tipo de ambientes para un niño, y más aún, de una familia completa.
No hay espacio para la música, ya que el silencio es el mayor aliado de esa tensión verídica. Y tal como Xavier Legrand logra sostener ese suspenso que llega al terror en determinados momentos, también se luce al dirigir a un chico como Thomas Gioria; la actuación del niño es notable y se une a la de Léa Drucker como su madre en los puntos altos de esta historia que crece en intensidad a medida que avanza. La mirada del conflicto desde el interior se vuelve relevante incluso en sus personajes secundarios. Tal como la fiesta de cumpleaños de la hija mayor, un evento que desencadena en una escena difícil de olvidar por las creíbles emociones que genera. Y no es la única, los momentos con distintos tipos de violencia no son tantos, ni llegan a ser crudos desde lo visual, pero están muy bien ejecutados.
La importancia del antagonista de la cinta, el que es revelado de a poco cumple su cuota de intimidación necesaria para que la historia nunca decaiga, pero se nota que el énfasis va más al acercarte a las víctimas que al profundizar en el villano. Y está bien, porque si hay algo que te deja esta película es una visión cercana y preocupante de una realidad que se vuelve más dramática de lo que uno espera. Custodia compartida es fuerte desde la violencia sicológica, y en una hora y media bien aprovechada consigue transmitir su mensaje de forma impecable.
Por Andrés Leiva