La secuela de Annabelle llega en manos de David F. Sandberg (Lights Out), un cambio que no busca alejarse de lo creado anteriormente en este universo cinematográfico iniciado por El Conjuro, pero sí afirmarlo con una película que funciona bastante mejor que su predecesora. No hay cosas nuevas, es lo mismo que podemos esperar de este cine escaso en profundidad, pero ir a ver a la muñeca en el 2017 significa entretención, una cantidad decente de sustos y el adecuado aprovechamiento de un grupo de personajes femeninos. ¿Cuál es el contexto? Un fabricante de muñecas y su esposa acogen en su hogar a una monja y a varias niñas de un orfanato cerrado. Un aire rural y con una gran casa no permite una alegría duradera, en especial al percatarnos de los misterios que encierran sus habitaciones, lo que obviamente nos conduce a un solo nombre, Annabelle.
Las protagonistas son niñas, y tanto Janice (Talitha Bateman) como su mejor amiga Linda (Lulu Wilson) cumplen un buen desempeño, tanto en el relato como a nivel actoral. Esa inquietud propia de la edad, o que Janice tenga una discapacidad son elementos que aportan a que la película se arme bien desde el comienzo, se construye un ambiente austero pero cercano que dan ganas de conocer. Lo mismo pasa con el dueño de casa, Samuel (Anthony LaPaglia), un personaje que encierra mucha incertidumbre, algo que se traspasa a los personajes en paralelo al rol de lo siniestro. Annabelle es la reina de la fiesta, una muñeca poseída por algún tipo de demonio tiene como tarea asustar a la mayor cantidad de gente posible, y por más predecible que sea la forma, se las arregla para mantener tu atención sin tener que caer en la incoherencia. No es que la historia esté excelentemente narrada, hay cosas innecesarias y diálogos forzados, pero el punto es lograr que la tensión funcione en los momentos clave, y en gran parte de la cinta eso se cumple.
Lo malo es que el tema de la fórmula tiene sus límites, y llegando al desenlace ya estaba un poco desconectado de la trama. No sorprende que así sea, es el consumo del terror que no parece buscar mucho más de sí, pero hoy queda demostrado que un buen director puede hacer la experiencia más llevadera, y así generar la expectativa que ha permitido a los estudios arriesgarse con una campaña de marketing brutal, una suma de elementos que prometen llevar a Annabelle 2 a ser un inevitable exitazo de temporada.
Por Andrés Leiva
