Chucky, el muñeco más famoso del mundo después de... ¿hay alguien más famoso? (Optimus Prime, calma tus ansias. No por estar en las cajitas felices eres más cool) ha vuelto a las pantallas grandes en una nueva versión de lo que todos ya conocíamos: un muñeco muy creep que quiere matarlos a todos.
¿Y por qué nueva? No es solo porque la calidad de los efectos especiales ha mejorado como 30 años (literal), sino también porque le pusieron su buen SXXI, generación Z, millenial-friendly. Resulta que Chucky ya no es el muñeco diabólico (alo, secularización), sino que es Chucky, el muñeco explotación laboral y la magia de la programación. El resultado es, extrañamente, muy divertido.
Chucky ahora viene con chistes incómodos y muy socialmente inapropiado. Menos diabólico. Más primo chico despreciable capaz de agarrar un cuchillo de la mesa y acuchillar a quien se le cruce por delante. Nada. Es un amor-odio muy extraño. Casi que dices como ya, dale. Mátalo. Filo. Te amo.
Ok, lo admito. Mi opinión puede estar un poco viciada porque amo un poco mucho las películas de “terror” y cómo no amar al pelirrojo favorito de todos, pero de verdad que este nuevo Chucky deja un sabor agradable en la boca. Ni muy gore como para que no quieras verla, ni muy poquito como para que no duela la barriga y quites la mirada. Para mí, un justo medio para las expectativas que puedan recaer sobre ella.
Ahora bien, gustito aparte, es importante que recuerden que se trata de Chucky. Sigue siendo Chucky. La maravilla viene de apreciarla en su género y desde sus orígenes, sin mayores expectativas que las de hacer renacer un clásico de una forma disfrutable y cercana a los tiempos actuales.
¿Mi recomendación? Ir. Todo el rato. Cien por ciento. Con mucha buena onda y ganas de pasarla bien. Como invitar al tío Tata que ya sabemos como se pone, pero siempre saca una risa incómoda y del alma. Y ¿pa que me invitan si saben como me pongo? Este Chucky los dejará con una nostalgia y una sonrisa que solo tu mejor amigo por siempre puede producir.
Por Adriana Villamizar
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