Pedro Almodóvar acaba de convertir una marca del pasado en una historia potente y trascendental en su filmografía. Son tiempos en donde se están volviendo comunes estas inspecciones al origen de algunos de los directores más influyentes del momento, pero a diferencia de lo que hace Alfonso Cuarón con 'Roma (2018)' y su visión del entorno que marcó su infancia, aquí Almodóvar se acerca mucho más a sí mismo y al cine que atormenta a nuestro protagonista. Salvador Mallo (Antonio Banderas) es un reconocido director de cine en baja que se enfrenta a las consecuencias de la depresión y arrastrando una gran cantidad de enfermedades. Cuando lo invitan a presentar una exhibición de su obra más reconocida, decide reunirse con el actor que personificó ese filme hace más de 30 años atrás y con quién no volvió a hablar debido a un rodaje problemático. Este tipo de vínculo con un pasado que siempre quisiste esconder es lo que lleva a Antonio Banderas por un viaje lleno de emociones, adicciones, y esencialmente por un dolor muy encerrado en las historias.
La película se va construyendo a través de dos etapas en la vida de Salvador. El presente, junto a Antonio Banderas que hace gala de registro actoral fantástico, en cuanto a la credibilidad que consigue su personaje profundamente consumido en la soledad. Y la infancia, donde la relación con su madre y una amistad particular con un chico mayor a quien Salvador le enseña a leer y escribir marcaron fuertemente la vida del futuro artista. Hay una necesidad de buscar redención que no te permite crecer, y es justamente donde Almodóvar aprovecha su experiencia para golpearte de manera colorida, pero muy directa. Entre cuadros vibrantes y telones pulcros entramos en un drama decadente que no descuida el poderío estético que caracteriza al director, lo mismo va para el humor. Es imposible no sentirse conmovido con unos personajes tan carismáticos, y tanto Antonio Banderas como Asier Etxeandía están inmensos, son la dupla que no te esperas que funcione, pero te convencen desde el primer minuto.
Una joven madre interpretada por Penélope Cruz es más de lo que podría pedir, y la complejidad en estas dinámicas de tu infancia que construyen a un personaje desde detalles tan sutiles es una maravilla que se siente contenida, pero solo para explotar en el momento perfecto en la vida adulta. Toda esa culpa tan propia de una ausencia fundamental en la vida de una persona es lo que me destrozó de una manera sorpresiva, aunque no se trate de un drama pesimista. Por el contrario, Almodóvar reflexiona acerca de lo que es realmente avanzar, y de lo que el arte es capaz de entregarle no solo a los demás, sino que principalmente como el desahogo más sincero de todos. Como declaración es gigante, y no puedo más que emocionarme y agradecer que existan películas como Dolor y Gloria. Los invitamos a verla en cines desde este jueves 20 de junio.
Por Andrés Leiva
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