Uno de los estrenos más importantes en la historia de Netflix es nada menos que ROMA. La última película de Alfonso Cuarón y ganadora del León de Oro en el Festival de Cine de Venecia llegó a estrenarse este 14 de diciembre de manera inédita a la plataforma de streaming. Se ha hablado mucho de lo que significa que una producción de esta envergadura no llegue directamente a los cines, aunque se hayan realizado funciones especiales de la película en salas seleccionadas (incluyendo Chile). Y si los medios han insistido en que esta película merece ser vista en la pantalla más grande posible, tengo que sumarme con fuerza a esa idea. ROMA es una obra de arte de aquellas, una historia que conmueve por su realismo y con una fotografía en un nivel superior a cualquier cosa que haya visto en el último tiempo. Alfonso Cuarón es uno de los directores mexicanos más reconocidos de la actualidad, especialmente después de ganar el Oscar gracias a Gravity. Sé que esa película en particular no es del gusto de todos, pero quiero decirles a todos ellos que ROMA va hacia un lado radicalmente opuesto; el del cine independiente, con las más grandes historias por lo gigantesco de su corazón.
ROMA demuestra desde el lado más puro de un autor que aún hay espacio para que esas ocultas realidades del día a día salgan a la luz. Esta historia está ambientada en la Colonia Roma de la Ciudad de México de los años setenta, presentándonos a Cleo, una joven empleada doméstica de una disfuncional familia de clase media. El diario quehacer en una gran casa y la relación afectiva entre Cleo y los pequeños de la familia son el primer paso con que la Cuarón nos introduce los contrastes de un mundo lleno de violencia y sufrimiento, pero también de cosas hermosas. La película desde sus créditos iniciales usa la delicadeza de un plano fijo bellísimo para quitarte cualquier tipo de ansiedad, porque no la necesitas. Por el contrario, uno como espectador se ve obligado a absorber cada segundo sin prisa, porque todos los planos dicen cosas importantes. Ya sea para entender cómo funciona el mundo interior de nuestra protagonista, o para hacernos parte de una ciudad que se mueve con más peligros de lo que uno esperaría, como suele ser en la vida misma.
Si nuestro querido Guillermo del Toro nos deleitó con su carta de amor al cine mediante la fantasía romántica de Shape of Water hace tan solo un año atrás, Alfonso Cuarón no quiso quedarse atrás, pero con la diferencia de que esta carta está escrita hacia todas esas mujeres increíbles que marcaron la infancia del director. La importancia de personajes como Cleo en la vida de un niño puede llegar a estar al mismo nivel que la de un padre ausente. Ambas son cosas que te definen, pero sólo una de ellas te dará cosas que vale la pena mantener a lo largo de tu vida. Por eso es que Cleo representa mucho más que sacrificio, ella es el punto intermedio entre una familia que puede llegar a marcar la diferencia cuando las cosas no marchan bien, pero también teniendo que lidiar con una vida propia, que en el caso de Cleo es reflejado con un embarazo no deseado, lo que la llevará por lugares difíciles. Esta historia nos sacudirá en más de una oportunidad por su dolorosa realidad y gracias a una actuación sensacional de Yalitza Aparicio en el protagónico, una de las sorpresas que más fuerza le da a esta película.
Dentro de todas las fortalezas que tiene ROMA, su fotografía a cargo del mismo Cuarón no hace más que transformar la que es una bellísima historia en una obra maestra, como esas que sólo se dan de vez en cuando. Cómo compone los planos, los reflejos constantes, la mezcla de luz natural entrando por cada ventana de la casa con esas cálidas lámparas, o cada plano secuencia sacando a relucir unas locaciones increíblemente ambientadas da para una clase de cine en cualquier lugar del mundo. Que la película fuera rodada en digital de 65mm y en blanco y negro es otra decisión inteligente para que este aspecto uniforme y limpio le aporte una sensación especial a la historia, pero también funciona como otro hermoso homenaje al cine. Al final ROMA se siente una declaración auténtica y poderosa por parte de un director que ha mostrado su talento en distintos géneros, pero que esta vez quiso tomar un riesgo para abordar una parte importante de su vida con todo el cariño que esas historias merecían. Si eso no es lo mejor que podríamos pedirle a alguien como Alfonso Cuarón, no sé qué lo sea.
Sólo nos queda invitarlos encarecidamente a ver ROMA en pantalla más grande que tengan a su disposición; porque es una de las mejores del año, y porque es la única forma de apreciarla en toda su inmensidad.
Por Andrés Leiva
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