¿Somos, las personas, ridículamente absurdas? ¿Completamente incoherentes? ¿Tercas? ¿Obstinadas? En general, claro. Digo, ¿Cuántas veces no nos hemos encontrado en medio de la noche pensando “debí haberle dicho esto”? Porque somos medio ñurdos (a.k.a mensos), es verdad, pero también muy complejos: Con muchas cosas adentro, con ganas de mucho y ganas de poco. Así es Dejen todo en mis manos de Mario Levrero.
La novela cuenta la historia (¿historia?) o más bien, la secuencia de acontecimientos de un escritor, que al cabo de sus cuarenta y varios, no ha escrito nuevas novelas buenas, no lo quieren publicar y necesita dinero (porque… bueno, es escritor. Como que vive de eso). En la Editorial le ofrecen un trabajín por un buen dinero.
El trabajito consiste en encontrar al autor de una novela real, apasionante, honesta, que les llegó, pero que no saben de quién se trata. Solo tienen el remitente con un nombre, digamos Juan Pérez, y un pueblo, digamos Penurias. A este escritor no le queda de otra si no ir a pegarse el pique a este sitio perdido en la nada como con tres calles y dos casas a buscar a esta persona. Fácil ¿no?
Resulta que al parecer Juan Pérez es un seudónimo o algo así, porque nadie conoce a Juan Pérez… pero sí a Juana, una prostituta. Y bueno, ¿por qué no? Se entrevista con ella que resulta prestar servicios mucho más atractivos que la misión que le estaba encargada y como que ahí se desvía un poco el camino. Suena bastante normal… pero no lo es.
La verdad es que la historia es prácticamente un accesorio a esta novela. Lo que importa, lo que llama, son las reflexiones del escritor; la manera de enfocar la vida; las motivaciones, los cuestionamientos, su tiempo mental, sus colapsos nerviosos. Lo que realmente importa es entrometerse en la mente de alguien completamente absurdo, pero tridimensional, sin soluciones lógicas, sin mucho sentido, impulsivo, medio animal, pero profundamente humano. Tipo “ah… yo habría hecho algo así, aunque no estoy de acuerdo”.
La única gran decepción, al menos para mí, fue después buscar a Mario Levrero y darme cuenta que falleció en 2004. Sí, queridos lectores, no es una novela nueva. No estamos hablando de un estreno. Estamos hablando de un joya absolutamente atemporal, escrita el año en que nací (1993), que merece ser leída YA (y a la que no le van a dedicar más que algunas pocas horas porque tiene solo 120 páginas), pero que es francamente uno de los mejores libros que he leído. Sin pretensiones, sin darse ínfulas de nada. Solo humor y autocrítica.
Por Adriana Villamizar
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