La Casa Lobo es una de las películas chilenas más interesantes que he visto en el último tiempo, pero no es apta para todos. Un cuento que reluce a la vista por su estilo de animación siempre llama la atención, pero esta película se plantea además como una propuesta más bien artística, siniestra en su forma y que se sustenta de un subtexto político y religioso. La historia entra con inspiraciones evidentes a la Colonia Dignidad al presentarnos a María, una alemana que da a parar en una casa en medio del bosque luego de escapar de una secta de religiosos alemanes, esto por liberar a dos cerdos de la granja. Aquí se vuelve a encontrar con los cerdos, los que se transforman en humanos, todo mientras son asechados por un lobo que ronda en las afueras de la casa.
La película no tiene como fin principal entretener, algo claro al toparnos con una narrativa poco ágil y relatada desde un eterno monólogo. Pero sí consigue generarte múltiples sensaciones mientras te va encerrando en su brillante sentido estético y sonoro. La animación stop-motion luce sensacional, más aún por la forma en que aprovechan toda esa viscosidad y surrealismo para volverla una experiencia escalofriante y llena de criticas sociales. Es notoriamente un ejercicio de cine poco tradicional, pero muy bien ejecutado en todos sus detalles. La cantidad de información por cada foto en movimiento da para múltiples interpretaciones, y aunque sacáramos la profundidad en el lenguaje de la ecuación, tan solo su belleza puede ser disfrutada por sí misma.
Es un trabajo muy meritorio por parte de los artistas visuales Cristóbal León y Joaquín Cociña, quizás no destinado a satisfacer a todo tipo de público, pero sí un derroche de talento puesto sobre una película valiosa que debiera ser una visita obligada para cualquier interesado en este tipo de animación. Pueden ver La Casa Lobo desde hoy en salas alternativas de nuestro país.
Por Andrés Leiva
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