Esta película chilena fue originalmente estrenada en Sanfic y desde hoy se estará exhibiendo en salas alternativas. Trata de Joel, quien trabaja como cuidador nocturno en el edificio en donde vive Mari, su prima, una mujer independiente y con quien mantiene una relación basada en el sexo. En vísperas de las fiestas de fin de año, a Joel lo despiden de su trabajo, por lo que debe volver a la pequeña casa en donde viven su madre y su abuela, una anciana que padece de Alzheimer. Con esta breve sinopsis nos podemos hacer una idea del tipo de drama que nos enfrenta, uno capaz de generar una sensación de pesimismo que violenta de principio a fin. La dupla de directores está compuesta por Sofía Paloma Gómez y Camilo Becerra, los que son capaces de plasmar muy bien este hacinamiento pesado e interminable. Esto es porque hay harto plano contemplativo y pocos diálogos por parte de nuestro protagonista, como un ser que absorbe todo lo negativo de un mundo vacío que no descansa.
Puede que a momentos la historia se vuelva algo lenta, porque uno tiende a no entender hacia donde van los personajes, especialmente con un protagonista que demuestra una actitud tan pasiva. Pero eso mismo te genera una intriga que se alimenta de un panorama oscuro y realista, hasta desencadenar en un par de escenas álgidas y bien actuadas. Todo el conflicto de Joel está relacionado con la familia, pero es justamente el lado menos agradable, el que nadie quiere ver. La enfermedad, el rol con nuestros padres de la tercera edad, el incesto. Nada es al azar, y su destacable apartado visual y sonoro logran mantener tus emociones tensionadas y sin permitirte una pizca de felicidad. Por consiguiente, Trastornos de sueño consigue involucrarte en su historia sin necesitar hacerte sentir empatía por su protagonista, todo lo contrario. Al final la empatía va en la reflexión por un mundo que conocemos, pero del que no siempre podemos escapar. Y los sueños, tan mencionados en la trama también pueden ser un reflejo de ese refugio que tarde o temprano llegue a convertirse en pesadilla.
Por Andrés Leiva
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