Una nueva forma de ver a Winnie the Pooh y sus amigos es lo que llega esta semana a nuestras salas con Christopher Robin, una entrañable película que nos da una innovadora nueva mirada a las aventuras de este niño convertido en adulto y sus amigos del bosque de los cien acres.
Décadas después de la última vez que jugaron juntos, Winnie the Pooh debe buscar la ayuda de un adulto Christopher Robin (Ewan McGregor) para encontrar a sus amigos perdidos en el bosque. En el camino, Christopher también se encontrará a si mismo y a su niño interior.
La mayor proeza de esta película es que es de aquellas que logran mantener el espíritu de su premisa de inicio a fin. Una premisa simple —que no por crecer dejamos de ser niños— pero muy poderosa y que se aplica tan bien en el Londres post segunda guerra mundial, como lo hace hoy en día.
Pero una premisa por sí sola no es todo lo que hace a Christopher Robin una gran película. Excelentes escenarios acompañan a los personajes, pero son ellos quienes dan vida a este filme. Aún si son actores de carne y hueso, o personajes generados por computador, la calidez y la comedia se mezclan en tiernas secuencias que garantizan tanto risas como lágrimas más de una vez.
Winnie, Tigger, Piglet, Igor y el resto de sus amigos son retratados a la perfección, tanto en la animación CGI, sus voces y sus diferentes personalidades. Pero no se engañen, Christopher Robin tendrá todo para parecer una película para que la vean niños acompañados de adultos. Pero en mi humilde opinión es todo lo contrario: una película para que la vean adultos acompañados de sus niños, ya sea el interior o los de la familia.
No pueden perdérsela.
Por José A. Pino
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