El escritor Hernán Rivera Letelier, nos deleita con la historia de Mirador, un anciano que todos los días se para a mirar el azul del cielo en Antofagasta. Un joven pintor de pavimento y una saltimbanqui de semáforos, juntos buscarán una respuesta al misterio que envuelve al hombre que observa y no habla.
A simple vista parece una historia sencilla, sin muchos acontecimientos más que la presencia del Mirador y del por qué hace lo que hace. A medida que nos adentramos en el libro, sabremos que hay días de cobre, níquel y los mejores – sábado y domingo – de oro.
Rivera Letelier, relata una vida llena de pequeños detalles preciosos y minuciosos. Su prosa tan cristalina permite adentrarnos en la vida reservada de Mirador; un claroscuro simultáneo.
El pintor y la saltimbanqui acompañarán al Mirador en su viaje a San Pedro de Atacama, él tiene un sobre que debe entregar. Ésta será una travesía que por las noches será bajo los cielos estrellados y en el día bajo los cielos despejados del norte.
La sensación que evoca leer este libro es difícil de explicar, por momentos pareciera ser que estamos mirando el mismo cielo, que un día este anciano contemplaba. El hombre que miraba al cielo se convierte en una obra mágica, en un momento te sube a los cielos y de la nada te suelta al vacío.
Con el pasar de las páginas, al principio la historia se transforma en un sueño. Después en un despertar que nadie podría haber previsto; el golpe de un pasado trágico que nunca se olvidó ni por treinta minutos.
Cabe mencionar que la edición del libro es preciosa. La solapa nos muestra el día y la portada de tapa dura, la noche centelleante; en ambas podemos ver a Mirador perdido en su nirvana. Además, contiene un marcapáginas azul, que nos recuerda – a medida que leemos – el color prístino que cautivó y salvó a este viejo hombre.
Por Constanza Lobos
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