Sapo significa soplón. En la época de la dictadura militar, Chile estaba bajo vigilancia y los soplones abundaban en todos los ámbitos de la vida. Desde lo más cotidiano hasta lo más masivo, como los medios de comunicación: no solo se omitía información, sino que se la utilizaba para encubrir otras cosas perversas, como las torturas. Esta es la propuesta de Sapo, una de la más recientes películas de cine chileno que llega a cartelera esta semana.
Jeremías (Fernando Gomez-Rovira, Taxi para 3) es un periodista recién contratado por una cadena de televisión para reportear noticias. Su historia comienza con el noteo del caso Sagredo-Topp Collins (mejor conocidos como “Los psicópatas de Viña del mar”, cuyos crímenes inspiraron la telenovela Secretos en el Jardín). La idea, al parecer, es mostrar lo parciales que pueden llegar a ser los medios frente a la contingencia política. Y hasta ahí, todo muy normal para el cine chileno.. solo que algo no cuadra: hay una nueva perspectiva del caso. Entonces, el preámbulo no es para lo que nos muestran ¿qué quiere decir la película? ¿Por que el título?
A medida que avanza, el personaje de Jeremías se complejiza. En paralelo con el momento crítico en que se narra la película, está sucediendo el parto de Soledad (Loreto Aravena) con la que Jeremías Garrido se involucró. Además, se muestran pequeñas escenas de la carrera de Jeremías desde que ingresó en la cadena de televisión, pequeños detalles con una relevancia abstracta que se devela solo al final de la película.
La actuación de Fernando Gomez-Rovira es la que lleva toda la historia, a pesar de que se trata de un hombre apático, aparentemente ido del mundo, con necesidades de adaptarse y de pocas palabras. La película está llena silencios, que resultan particularmente dolorosos desde una perspectiva artística, lo que se condice bien con el objeto: los medios fueron silenciados.
Decir mucho más podría llegar a spoilear lo que resultó ser, para mí, un final impactante. Quizás no por lo inesperado, sino por la forma en que se desenvuelve y se llega hasta el momento cúlmine. La recomendación es no juzgarla antes de terminar y darle un tiempo para asentarse. Mientras más se piensa en Sapo, más empieza a tener sentido cada detalle, meticulosamente pensado… pero después de ver el final. Es conmovedoramente dolorosa, profunda y aún así, muy bella en su realización. No es una película de acción (a pesar de que es muy corta, tiene sus propios tiempos), sino que es una película de denuncia y, quizás, un intento de sanación para algo que quedó solo en silencios y en mentiras.
Por Adriana Villamizar
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