Hablar del nuevo cine chileno significa cosas interesantes, y es que lo de los últimos años ha traído algo más que buenas películas, también aparecen estilos que comienzan a hacerse recurrentes, y eso se aplica tanto en el buen como en el mal sentido. En el día de hoy va enteramente hacia lo positivo, con una película que entiende el terreno sobre el que tenía que caminar, pero lo tantea con osadía y buen cine. Jesús le da también el nombre al protagonista, y nos lo presentan como un joven que baila K-pop, un detalle más bien anecdótico pero que ayuda a familiarizarnos con un personaje que encierra bastante. De ahí es fácil sentir que la trama tarda en esclarecerse, se nos da demasiado contexto y todas las escenas se toman su tiempo para desarrollarse, lo que las hace parecer más largas de lo que realmente son. Pero hay tal nivel de trabajo en el hacernos partícipes de una intimidad en crudo que la conmoción se apodera de ti, de manera agresiva y realista.
Porque Jesús es un adolescente perdido que se mueve por lugares muy poco propicios, y aunque queramos presumir sobre la identidad del antagonista en su vida, la película te esclarece que no hay cosas simples, menos aún en la atrocidad de un delito. Hacer funcionar todo eso requiere de varias cosas, y las actuaciones es uno de los puntos altos. Nicolás Durán y Alejandro Goic (Jesús y su padre, respectivamente) están sólidos. Son el alma de la película, donde radica todo el espesor del conflicto, y con ello esa alargada sensación de amargura. El constante uso de los silencios, lo explícito de ciertas situaciones, como relaciones sexuales de diversa índole, o el uso de la violencia tiene una justificación que no agradará a todos, pero son elementos que al final de cuentas terminan siendo necesarios para que el trasfondo funcione.
Lo mismo ocurre con recursos técnicos, donde pese a que la fotografía luce en determinados escenarios, la cámara en mano puede dar la sensación de estar viendo algo de bajo presupuesto y con poca pericia, aunque desde otra mirada aporte bastante a los requerimientos narrativos de Fernando Guzzoni, el director. Sea cual sea el punto de vista, como experiencia dramática es efectiva. La película consigue involucrarte en su atmósfera desafiante, y te lo plantea desde lo contingente y cercano al quehacer nacional. Es una historia que, pese a no salir de lo íntimo que significa la relación con nuestros padres, también refleja bastante lo que somos como sociedad, y cualquier resquemor es poco comparado a ese valor. Jesús se estrena este 26 de octubre en las salas nacionales, no se la pierdan.
Por Andrés Leiva
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