Llevamos casi 30 años de asesinatos a manos de nuestro ya querido muñeco poseído por Charles Lee Ray, y las luces dicen que podrían ser varios más. Don Mancini es el gestor de esta saga que hoy llega a su séptima entrega, y a diferencia de lo que considero la “época oscura”, hoy tenemos aportes novedosos y también cariñosos con los fans. Chucky está de regreso en una secuela directa de la anterior Curse of Chucky, pero que a la vez conecta de manera inesperada a toda la trilogía original, lo que nos lleva a un nombre crucial: Andy Barclay. Siendo el némesis del muñeco, tenía todo el sentido del mundo recuperarlo en estas entregas, y no hay nada mejor que hacerlo mediante el actor que le dio vida originalmente, hablamos de Alex Vincent. Además, la premisa del director es que continuaría el estilo de la película anterior y acercándose aún más al terror de las primeras entregas. ¿Lo consigue? En parte sí, pero la diversión es lo que prima, y tratándose de Chucky, no es cosa mala.
Se nos vuelve a introducir al personaje de Nica Pierce, quien es internada en un psiquiátrico para criminales por los sucesos de la entrega anterior. A ella la han intentado hacer pasar por loca, y todos sus esfuerzos son truncados tras la aparición del famoso muñeco, quien se las arregla para volver a sus manos y hacer lo que mejor sabe, matar. Regresan las muertes violentas, algunas a la altura de las mejores de la saga, pero funcionan mejor gracias a distintos factores, ya sea por el avance en los efectos prácticos del muñeco, como por el contexto en que se desarrolla la historia. Al tratarse de una locación lúgubre y con altas posibilidades de que sus personajes distorsionen la realidad genera un buen ambiente, y los giros que se van dando en la trama no hacen más que condimentar un estilo que escatima en profundidad, pero consiguiendo sorprender en más de una ocasión, ya sea a nivel visual como por la evolución que tiene un conflicto que parecía definido desde el principio. Las variantes del terror funcionan en algunos pasajes, es genial ver escenas generosamente perturbadoras, pero las sensaciones terminan debilitándose debido a que las cuotas humorísticas de Chucky alcanzan un nivel alto, lo que libera tensión en momentos que no siempre eran los adecuados.
Lo mismo ocurre con el fan service, donde la participación de Andy Barclay es tan sólo una de las variadas referencias al pasado, y es evidente que no son elementos estrictamente necesarios. Pero ahí están, dispuestos a hacerte sentir como en casa, y volver a esas dinámicas antiguas mezcladas con las nuevas da buenos resultados, al menos en la intención de entretener. La película consigue ser la más auténtica y divertida desde La Novia de Chucky, tiene un desarrollo más interesante que su predecesora, las actuaciones son correctas, y aunque vuelva a caerse un poco en el último acto es consciente de que el culto a la figura del muñeco es motivo suficiente para que esta secuela justifique su existencia. Es el Chucky que nos gusta, el que equilibra la tensión con las risas, y esta vez en una cinta que al fin le da algo de valor a la filmografía reciente de Mancini. El Culto de Chucky está ya disponible para su compra en formato físico y en plataformas digitales.
Por Andrés Leiva
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