¿Recuerdan esa película del 1994 protagonizada por Sandra Bullock y donde conducía un camión fuera de control? Se trata de Speed, y que el denominador en su nombre sea común al filme que nos convoca no es coincidencia. A toda velocidad es una comedia francesa que toma elementos fundamentales de aquel clásico noventero, pero los adapta adecuadamente a los tiempos que corren y llevándolo además por un género distinto. La película es una parodia a varias cosas, pero también enfatiza el uso del humor con el fin de criticarnos como sociedad. Es un denominador común, pero debo decir que mis sensaciones al verla fueron esencialmente positivas. Gracias a un guion equilibrado se consigue sacar lo mejor de sus personajes, y allí está la clave. Cuando una comedia cumple su propósito es el lugar donde siempre te sentirás como en casa, incluso con la más disfuncional de las familias.
La historia nos habla de Tom, un entusiasta y exitoso clon francés de Robert Downey Jr. (broma) que saca a su familia para un viaje vacacional, incluyendo a su esposa, dos hijos y al abuelo quien resulta ser abusivamente torpe. De acá en adelante muchas situaciones absurdas irán entorpeciendo el plan inicial, hasta el punto en que un fallo en el medidor de velocidad del automóvil pondrá la vida de todos en riesgo, y eso involucra por supuesto altas velocidades. Es difícil imaginar un drama de proporciones trágicas ensuciado por el rol del chiste reiterado, pero esa es la gracia del humor y de sus capacidades narrativas. En este caso la película lee de manera adecuada sus opciones, y te transmite una mezcla de sonrisas, intensidad y empatía por la mayoría de los personajes. Más allá de la exageración de ciertas actitudes, o de chistes que no están en el nivel ideal, lo cierto es que el conflicto te atrapa en el momento justo, y no te suelta con facilidad.
Es un viaje lleno de locuras y donde todos tienen algo que decir en la historia. Se siente el complemento entre las relaciones de sus protagonistas a la gran cantidad de tonteras que se presentan en la trama, y eso incluye la incompetencia común de algunos personajes secundarios, por lo que el paso entre actos es natural pero a la vez lleno de ritmo. Hay que considerar que todas estas locuras necesitaron de una gran producción de efectos prácticos y escenas extremas en la carretera, algo muy palpable en el último tramo, y lo verídico del resultado final es digno de ser destacado como un aporte fundamental a la experiencia. A toda velocidad no marca la pauta para ser una película sobresaliente, pero el buen rato desde lo que significa transformar la tensión en el liviano lenguaje de lo ridículo da cosas para el recuerdo, la indispensable forma de demostrar que el cine francés puede tener cosas por saldar en la actual cartelera nacional, pero la alegría no es una de ellas.
Por Andrés Leiva
Yo la vi en su preestreno y lamento que no me gustó tanto como a ti ... Ya no sabía ni cómo ponerme en el cine, ¡se me hizo pesadísima!. Me alegro de que te haya gustado
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