Un reconocible Nicolás López (Promedio rojo, Que pena tu vida) salta adelante previo a la función, es el encargado de introducir a Purgatorio, su nueva productora que cambia el rumbo de la comedia hacia otro cine muy rentable en nuestro país, el terror. Es una movida inteligente, pero no hay dudas de que lo más relevante es que lo hace junto al debut de Aaron Burns, el director estadounidense que llevó a Madre por tierras extranjeras y que ahora desembarca en nuestras carteleras.
La historia nos habla de Diana (Daniela Ramírez), embarazada y además madre de Martín, un niño autista, agresivo y a quien no puede controlar. Pero su vida cambia al contratar a Luz como nana, una filipina que aparece de casualidad y quien se entiende extremadamente bien con su hijo, aunque en filipino. El conflicto es que hay algo oculto en esta relación, y hechos particulares marcarán este thriller psicológico que inevitablemente buscará perturbarte la mente.
La historia nos habla de Diana (Daniela Ramírez), embarazada y además madre de Martín, un niño autista, agresivo y a quien no puede controlar. Pero su vida cambia al contratar a Luz como nana, una filipina que aparece de casualidad y quien se entiende extremadamente bien con su hijo, aunque en filipino. El conflicto es que hay algo oculto en esta relación, y hechos particulares marcarán este thriller psicológico que inevitablemente buscará perturbarte la mente.
Llegar a la génesis del suspenso con éxito es una dificultad que Burns mira de reojo, pero con una idea clara se pueden hacer cosas interesantes. En ese sentido, la película construye un relato medianamente convincente, capaz de generar tensión y desencadenando con el clímax que todos esperamos ver. Son virtudes que encuentran su fundamento en un casting adecuado, ya que al menos desde los roles que tienen los personajes se sienten creíbles, especialmente el de la protagonista.
El problema aparece en la estructura, ya que las justificaciones para explicar cada suceso del segundo acto no se condicen a lo que debía ser el conflicto. Las dudas de Diana que la instan a descubrir la verdad no son suficientes para disimular las obviedades en la trama, y aunque su personaje es coherente en demostrar el paso hacia la locura, se desdibuja por un contexto algo forzado. De la misma forma, llegar a un desenlace brusco y muy resolutorio deja más en evidencia que Madre busca la sensación en el espectador sin desarrollar correctamente sus ideas y personajes, donde la relación madre-hijo no consigue un énfasis que nos permita empatizar y donde la antagonista que tenía todas las condiciones para atemorizarnos se queda algo rezagada a cumplir su función.
El problema aparece en la estructura, ya que las justificaciones para explicar cada suceso del segundo acto no se condicen a lo que debía ser el conflicto. Las dudas de Diana que la instan a descubrir la verdad no son suficientes para disimular las obviedades en la trama, y aunque su personaje es coherente en demostrar el paso hacia la locura, se desdibuja por un contexto algo forzado. De la misma forma, llegar a un desenlace brusco y muy resolutorio deja más en evidencia que Madre busca la sensación en el espectador sin desarrollar correctamente sus ideas y personajes, donde la relación madre-hijo no consigue un énfasis que nos permita empatizar y donde la antagonista que tenía todas las condiciones para atemorizarnos se queda algo rezagada a cumplir su función.
Asumiendo eso como un mal esperable, diría que la película es disfrutable y entra dentro de la media sin complicaciones. El ritmo y el misterio siempre te mantiene pendiente, es como un juego que te insta a descubrir dónde aparecen los límites entre lo real a lo paranormal. Además, los conceptos de experimentar con un lenguaje extranjero y de lo siniestro que puede resultar el que una persona desconocida te robe el rol de madre no dejan de ser llamativos, especialmente si se lleva a este género.
Técnicamente tampoco desentona, quizás un poco en su banda sonora algo genérica, pero la fotografía consigue buenas secuencias, nada que envidiar a producciones estadounidenses. Entendemos este paso hacia el suspenso chileno como necesario, y con una proyección aún mayor.
Que Madre no sea la película sobresaliente que podría haber sido no significa que sea una decepción, y una importante cantidad de actores talentosos ya vienen demostrando hace rato que pueden aportar a la exportación de piezas audiovisuales chilenas. Sea arte o no, siempre tendremos público para el terror y sus derivados, y el híbrido que consigue Burns en su primera gran exposición al cine comercial es para tener en cuenta.
Técnicamente tampoco desentona, quizás un poco en su banda sonora algo genérica, pero la fotografía consigue buenas secuencias, nada que envidiar a producciones estadounidenses. Entendemos este paso hacia el suspenso chileno como necesario, y con una proyección aún mayor.
Que Madre no sea la película sobresaliente que podría haber sido no significa que sea una decepción, y una importante cantidad de actores talentosos ya vienen demostrando hace rato que pueden aportar a la exportación de piezas audiovisuales chilenas. Sea arte o no, siempre tendremos público para el terror y sus derivados, y el híbrido que consigue Burns en su primera gran exposición al cine comercial es para tener en cuenta.
Por Andrés Leiva
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